Espejito, espejito
¿Cuál era el material más bonito? (al menos, para los romanos)
¿Por qué no dudaron en fundar en Cuenca algunas de sus ciudades más importantes?
En una época en la que las ventanas no eran como las conocemos hoy, sino simples huecos vacíos en las paredes de los edificios que dejaban pasar la luz y el aire, el descubrimiento de un mineral translúcido con estupendas propiedades para iluminar y climatizar las estancias tenía que suponer por fuerza ¡una revolución! Y resulta que este material tan valioso y tan bonito estaba precisamente en Cuenca: se trataba del yeso espejuelo o lapis specularis (literalmente, “espejo de piedra”), y en pos de él corrieron los romanos a asentarse en este territorio —donde estaban los depósitos más importantes y de mejor calidad de este mineral— y construir aquí algunas de las ciudades más notables de la época, como Segóbriga o Ercávica.
cuenca, la mina secreta del imperio
El yeso espejuelo, como hemos dicho, se empleaba fundamentalmente como cristal montado en celosías de madera o metal en las ventanas y puertas, pero este no era su único uso. Se utilizaba también en invernaderos, para tapar las colmenas y poder ver la actividad de las abejas en su interior; e incluso sus restos, pulverizados y cocidos, servían para hacer yeso de fragua con el que luego se elaboraba escayola y estuco. ¡Del preciado lapis specularis no se podía desaprovechar nada!
¿Quieres conocer cómo eran esas minas conquenses?
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¿Sabías
Que...
el yeso espejuelo fue uno de los antepasados del confeti?
El yeso espejuelo se utilizaba también como elemento decorativo de lo más impactante: en eventos festivos o en carreras de cuádrigas, se colocaba en el suelo de los circos romanos y, bajo la luz del sol, producía unos llamativos efectos de brillo y resplandor alrededor, que se parecían (salvando las distancias) a los de las actuales bolas de espejos de las discotecas. Brillante, ¿no?
Además, en los banquetes de los hombres más poderosos del Imperio, era costumbre esparcir polvo de yeso espejuelo junto con materiales de otros colores para entretener a los comensales mientras se recogía la mesa. Por la forma de utilizarlo y su carácter festivo podemos afirmar que el lapis specularis fue uno de los antepasados más directos de nuestro actual confeti.
una cueva de leyenda... con un tesoro real
“Cuenta la leyenda que una bella mora y un cristiano se enamoraron. Ella, era hija de un rico caballero árabe y él, un humilde cristiano. Se veían en secreto, hasta que un día el padre los descubrió y prohibió que siguieran juntos. El padre encerró a la joven mora en su castillo, pero ella seguía esperando a su amor cristiano y rechazando todas las ofertas de matrimonio que le llegaban. Mientras tanto, el cristiano vagaba por las calles llorando su pena. El progenitor, encolerizado, mandó entonces encerrar a la joven en una cueva, donde moriría de pena.
Se cuenta que, en la noche de San Juan, la más corta del año, la bella mora se aparece en las cercanías de la cueva y vaga por los alrededores esperando a que vuelva su amado cristiano, mientras peina su larga cabellera negra con un peine de oro, sentada junto al río. Hay quien dice que, quien escuche las penas de la joven en la noche de San Juan, recibirá como obsequio ese peine de oro, que desaparecerá si no guarda su secreto”.
En 1955, en Torrejoncillo del Rey, a medio camino entre Tarancón y Cuenca, un vecino llamado Pedro Morales soñó una noche que, efectivamente, existía una cueva encantada en estas tierras, un lugar donde, además, se hallaba oculto un ataúd blanco repleto de monedas de oro, escondido en un palacio de cristal. Se lo contó a dos amigos y les convenció para que le ayudaran a encontrar esa fortuna. Entre los tres se dirigieron al vecino Cerro de la Mora y comenzaron a excavar en el lugar indicado por Pedro. Al poco, hallaron una cavidad que les dio acceso a una galería con las paredes tapizadas de cristal. Ilusionados y fascinados, penetraron en la cueva en busca del tesoro, pero nunca lo encontraron. O eso creyeron ellos, porque la cueva resultó ser una antigua mina de yeso espejuelo que escondía otro tipo de tesoros.
En la actualidad, Torrejoncillo es conocido por formar parte de uno de los complejos mineros mejor conservados de España y un referente mundial en minería romana.
La mina de la Mora Encantada se puede visitar y cuenta con más de un kilómetro de galerías a más de cuarenta metros de profundidad, en las que se dice que aún se escucha el lamento de la joven mora…
Un lujo romano
Mira hasta dónde llegaba el yeso espejuelo: ¡hasta las más lujosas villas pompeyanas! Hasta la llegada del vidrio, en el siglo III, Cuenca fue la principal mina del material más utilizado en la Antigua Roma, y los vanos y ventanas se cubrieron con este producto conquense. ¿Entiendes ahora por qué nuestra región fue tan importante en este periodo de la historia?